Las pestañas de la Macarena
Una vez escuché a un macareno decir que su Esperanza volvía a la basílica, tras una noche y una mañana de maravillas, más morena, porque era el único día que le daba el sol. El hombre, racional a la postre, tras deleitarse en el prodigio, aclaraba: “y es verdad… por el humo de los cirios”. No sé yo si este asunto es así pero lo cierto es que algo de deterioro debe haber cada vez que esta pieza, única en su arte y en su capacidad de generar adhesión identitaria, sale de paseo. Que para eso existe, y ya la verán como quieran verla la gente de su familia: los vecinos y vecinas de la calle Parras, de la calle Escoberos o de la calle Relator, los vecinos a los que ella les cuenta sus penas, y hasta males de amor, que los tiene, como Carlos Cano nos recordó.
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